Siguiendo la temática navideña que marcan estas fechas - vayan por cierto mis felicitaciones de año nuevo por delante - nos acercamos al momento culmen (al menos para servidor siempre lo ha sido y lo será) de las mismas, que no es otro que la llegada un año más de los Reyes Magos de Oriente, pese a que recientemente halla quien abogue por su procedencia andaluza. Si obviamos el dato de su origen, que la verdad ahora mismo tampoco viene a cuento pese al marco que lo acoge, lo que importa y pretendo destacar es que la imagen de estos señores representa mucho más que un trío de venerables ancianos que hace algo más de dos milenios visitaron a cristo en Belén. Su figura es sinónimo de magia e ilusión en su exponente máximo, pero por desgracia cada vez menos de sencillez.
En la otra cara de la moneda no puedo dejar de mencionar el
brutal mercantilismo nutrido a base de unas fiestas deformadas, prostituidas,
cuyos principios nos invitan a olvidar en pos del consumo desenfrenado. Fusilados
a publicidad, internados en centros comerciales con el inconsciente bombardeo
colectivo de salvar la obligación, el todo vale, la compra convulsiva, la
avaricia. Señores, estamos dejando que nos hagan perder el norte. Es innegable
que el día de Reyes es una fecha sinónimo de regalos, pero con mesura; hagamos
gala de sensatez.
Aún recuerdo las historias que me contaba mi abuela sobre
esta época en la España de la postguerra, cuando mucha gente que poco más tenía
que para comer encontraba la fórmula (en ocasiones a base del propio
sacrificio) para que sus Majestades entregaran un detalle a sus retoños,
perpetuando así la tradición sin que la ilusión disminuyera un ápice, pues que
alimenta más el alma que la sonrisa de un niño.
Yo mismo pequé de pedigüeño, pero sin embargo lo que más me
ilusionaba (y me sigue ilusionando) era el ambiente mágico que impregnaba cada
momento hasta la apertura del presente. Enviar la carta, ver el desfile, comer
el roscón, colocar los zapatos bien brillantes, irse a dormir pronto (esto no
me ilusionaba tanto pero era necesario), dar vueltas entre las sábanas,
escuchar atento cada sonido hasta caer rendido, soñar, creer. Ese es el
verdadero espíritu que debemos mantener, haciendo del regalo una excusa, que no
un medio, para compartir estos momentos en familia dejando fluir la alegría, en
especial la de los más pequeños.
Una reflexión acertada y que comparto. Además, has descrito a la perfección la ilusión con la que yo también vivía la noche de Reyes cuando era niña y que, aunque de otra forma, hoy sigo viviendo.
ResponderEliminarSí, esa ilusión es dificil del olvidar, que grandes recuerdos, jejeje. Esperemos haber sido buenos y tener algún detallito mañana, y que esta noche la magia se mantenga!
EliminarLa noche más mágica del año, ahora la estoy volviendo a vivir con ilusión a través de los ojos de mi hijo.
ResponderEliminarEs la evolución, jajaja. Una gran forma de hacer que se mantenga la ilusión. Seguro que ayer disfrutasteis un montón.
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