Erase una vez entre ficción y realidad - El desenlace (II)

11 enero 2013


Como prometí aquí está el desenlace de la historia. Espero que no decepcione a los que atendieron a la primera parte. Para aquellos que aún no conozcan como comenzó todo les remito a esta entrada, imprescindible su lectura para entender la de hoy. Sin más, volvemos a aquel árbol junto al camino...

Después de este momento los caminos dieron paso a las montañas, los bosques a los ríos y los templos a los castillos. Sus manos se mancharon de sangre, su cuerpo se llenó de cicatrices, su alma se apagó y la muerte se convirtió en algo habitual. Los años se sucedieron y las arrugas marcaron su rostro, hasta que el destino se cruzó ante él una vez más, apareciendo sombras del pasado que volverían a cambiar su vida para siempre.


Erraba entre los montes, oscurecidos por nubes que cegaban el cielo anunciando tormenta. Sus deshilachados ropajes se agitaban movidos por el viento haciéndole parecer un vagabundo más, excepto por la lustrosa espada que portaba enganchada al cinto. A los pocos metros de alcanzar un pueblo la lluvia, precedida de una orquesta de truenos, comenzó a caer, vaciando las calles de toda alma. Aún quedaban algunos rezagados que no habían logrado alcanzar refugio cuando un jinete entro en escena, cruzando la calle principal de cara al espadachín. No podría describir la alegría que sintió al encontrar en su mirada a aquel que hace años le condujo a este camino. El agua resbalaba por el rostro de ambos hombres, deteniéndose el tiempo hasta el momento en que un trueno rompió la tregua; entonces las espadas se cruzaron y el silencio volvió a envolverlo todo. El cuerpo del jinete cayó inerte. Comprobó el rostro de su adversario, encontrando en él una mirada que había visto hace muchos años, un mirada de paz y sosiego. Súbitamente cayó de rodillas y empezó a gritar. Comprendió que se había convertido en un monstruo igual que él. Ya no tenía una razón para seguir matando, el sueño se desvanecía y daba paso a la pesadilla.


La muerte le perseguía en sueños, se sentía vigilado por los espíritus, la locura empezaba a acecharle. Abandonó la espada y vagó por el mundo decidido expiar sus pecados. Tiempo después los calores de una nueva estación auspiciaban el canto de la cigarra, contemplando a nuestro amigo regresar al que fuese su pueblo natal. Recorría el camino junto al río cuando alcanzó el árbol en el que de niño siempre le esperaba aquella muchacha de mejillas coloradas. Era ya tarde y prefirió hacer noche allí, pues aún no estaba preparado para enfrentarse a las dichas del destino. En la penumbra nocturna empezó a escuchar una voz que le llamaba. "¿Quién va?" - preguntó. "Dejadme tranquilo malditos, ya estoy pagando mis faltas" - gritó encolerizado. La luz que emitían las luciérnagas descubrió un rostro femenino entre las sombras. Al principio no pudo distinguirlo bien, hasta que lo tuvo suficientemente cerca para ver a la mujer que le había amado. "Te he esperado tantos años..." - le dijo. Se fundieron en un abrazo y ambos comenzaron a llorar bajo el silencio de la noche. De repente se despertó, descubriendo en su mano una diminuta muñequita de papel. Era de día y junto al árbol otro hombre depositaba unas flores y empezaba a rezar. Lo conoció al instante, pues era el hermano de la mujer, aunque el reconocimiento no fue mutuo. Este le contó que estaba allí por su hermana, que había fallecido hacía ya varios años, en el mismo sitio en el que había esperado toda la vida a un hombre sin perder jamás la esperanza.


Desde ese día se afeitó la cabeza y se ordenó monje. Nunca se separó del tesoro de papel que el cielo le había regalado aquella noche. Caminó por todo el país y nunca dejó de rezar para expiar sus pecados, arrepentido como pocos hombres lo llegaron a estar en vida. Canoso ya el cabello, abatida la mirada y purgado el corazón, oraba ante una vieja estatua. Sabedor de que su fin estaba cerca sacó la figura de su amada, la situó delante, y pasó toda la noche sentado frente a ella. Al día siguiente los otros religiosos solo hallaron dos pequeñas figuritas de papel, una de hombre y otra de mujer.

Los siglos pasan y nos devuelven al lugar donde comenzó la historia. Una hora después el muchacho salía de la tienda con los ojos aun llorosos, portando en su mano ambos muñecos. "Veo en ti un corazón único, fuerte y valeroso como pocos, repleto de sentimientos deseosos de salir. Puede que aún no hayas encontrado a quién mostrárselos, pero segura estoy de que llegará el momento. Merecedor eres en verdad de llevártelos. Entrega te hago de ellos, sé que serán felices junto a ti" - había dicho la anciana. Esa noche se quedó en la habitación mirando fijamente a las dos figurillas. No dejaba de darle vueltas a la historia. "¿Por qué yo? ¿Los merezco realmente? ¿Qué quiso decir con hacerles felices? ¿A quién debo encontrar?". Tantas preguntas rondaban su cabeza que cayó rendido. En sueños, entre espadas y duelos, una sonrisa apareció, la más maravillosa que había contemplado en toda su vida. La persiguió hasta casi rozarla, momento en el que se precipitó al suelo y despertó sobresaltado. Con esos labios grabados a fuego en su mente comprendió que había tenido que recorrer medio mundo para descubrir que aquello que realmente quería podía estar más cerca de lo que jamás imaginó. Su historia de búsqueda acababa de empezar.


Muchos labios conoció con el paso de los años, mas ninguno correspondía a los de su sueño. Su corazón empezó a endurecerse, guardando aún la calidez que la anciana pudo ver en él. Siguió recorriendo el mundo en busca de ilusiones, aguardando el momento vaticinado que parecía no llegar. Había comenzado a perder toda esperanza hasta que una noche, paradójicamente en su propia ciudad, vislumbró de nuevo aquella sonrisa. Sin saber muy bien cómo, logró presentarse y entablar conversación. Las horas fueron disipando sus dudas, acercando sus almas, incendiando el deseo de rozar sus labios. Días después volvieron a juntarse. En esta ocasión le narró el cuento de su viaje y lo sucedido después. Al acabar sacó de su bolsillo dos pequeños muñecos de papel y le ofreció uno. Con la maño temblorosa ella lo cogió. Se miraron profundamente a los ojos y sin mediar palabra sus labios se unieron, cerrando un círculo abierto hace siglos. En la cara de los muñecos una sonrisa antes ausente aparecía ahora dibujada, tras muchos siglos por fin el amor verdadero les había vuelto a unir.

El pasado más recóndito nos abre las puertas del futuro. Los sentimientos son una conexión, superan al tiempo y encuentran su camino hacia la gente que amas.

 

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