Fatídicos recuerdos

11 marzo 2013

Suele decirse que es más fácil acordarse de las cosas negativas que nos ocurren en la vida que de otras con matices más enriquecedores. Hasta cierto punto, y desde mi posición positivista a la hora de otorgar sentido a lo que me rodea, debo darles la razón a las voces que abogan por esto. Especialmente destacable resulta cuando nos encontramos en una situación de inmaculada felicidad donde parece que nada puede ir mal, y aunque no por ello nos descubramos y bajemos la guardia, nunca llegaremos a estar preparados para algunas cosas, sobre todo cuando desgraciadamente somos, en cierta medida, coprotagonistas de la escena.

Y es que tal día como hoy hace dos años, en mitad de una de las mejores experiencias de toda mi vida, aquel vil seísmo y el posterior tsunami que tantas vidas arrancó, transformó en cuestión de segundos el sueño, tiñéndolo en negro, arañando el fondo de mi alma y la de todo un pueblo, pero también agrandando un sentimiento de afecto hasta límites insospechados. Unidos por la tragedia, no solo nosotros, sino el mundo entero. Ese mismo mundo que rápido eco se hace de todo y casi con la misma velocidad se olvida de ello, aunque no siempre.


Si el año pasado hablaba de las relaciones que encontré con este suceso en Berlín (en este caso a través de mi hermano) y Estocolmo, el curso que ha seguido le ha tocado el turno a Bruselas, con una pequeña pero escalofriante relación de carteles que encontré frente a la catedral y que sigue dejando constancia de que las personas, aunque selectivamente, seguimos teniendo memoria. También por internet se puede seguir recogiendo gran cantidad de información, como esta página en la que Toshiya Watanabe, habitante de Namie, actual ciudad fantasma a consecuencia del accidente nuclear, muestra fotografía mediante el abandono del que un día fue su hogar.

Debo confesar, llegados a este punto, que desde hace dos años y los días que siguieron no me había atrevido a ver ningún video o documental de todo aquello; hasta hace unas semanas. Tenía miedo de retirar la fina capa que cubría esos sentimientos que guardé a mi regreso, no sabía cómo iba a reaccionar, que imágenes volverían a pasar por mi mente o si realmente estaba preparado para enfrentarme de nuevo a tierra y mar. No había alcanzado el minuto del reportaje cuando ya tenía el vello erizado, algo más bastó para que mi cabeza sintonizara una película paralela, mi propia historia, y no mucho más hizo falta para que finalmente brotaran las lágrimas. Aquí debajo dejo el documental para los interesados.




Recordar a veces es doloroso, nadie lo puede negar, pero también es necesario, sobre todo cuando se trata de vidas. Por ello no quiero dejar de mentar nuestra propia tragedia que marcó esta fecha hace nueve años, pues la crueldad de la naturaleza solo puede ser superada por la del ser humano. Mi más sincero y sentido abrazo para todas las familias, tanto en España como en Japón, que se vieron afectadas en estos casos.

2 comentarios :

  1. Un momento durísimo que nunca olvidaremos.

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  2. Así es, esperemos no tener que soportar ninguno más... aunque viendo como funciona la naturaleza... en fin, miedo me da

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