La espiritualidad de Nagano

20 marzo 2017



Creo que la mejor forma de reiniciar la marcha de publicaciones es volver a la simiente que gestó el principio de todo esto hace unos cuantos años, el primer viaje a Japón, del que aún tengo mucho que contar. Sin más demora, nos ponemos en situación. Era el mes de febrero de 2011 y nos disponíamos a salir por primera vez de la seguridad y el confort de la gran capital nipona, Tokio, con destino al templo Zenko-ji de Nagano. Comenzamos por dirigirnos a la estación central en busca de nuestro tren, el primer “shinkansen” o tren bala en el que íbamos a subir. Entre el bullicio de gente a primera hora y tantas novedades al final nos tocó correr un poco… y no iba ser precisamente la última vez. 

Templo Zenko-ji Nagano
Templo Zenko-ji en Nagano

El trayecto, al poco de salir de la ciudad, comenzó a poblarse de inmensos pinos y una no despreciable cantidad de nieve que iba en aumento a medida que nos acercábamos a las montañas. Por algo Nagano fue sede de los Juegos Olímpicos de invierno a finales del siglo pasado, aunque nosotros llegábamos motivados por muchos siglos más de historia y, en concreto, por uno de los templos budistas más importantes de todo Japón, el Zenko – ji (recordad que la terminación ji se atribuye a los templos budistas).

Desde la estación, un agradable paseo a lo largo de la calle principal nos va preparando mental y hasta espiritualmente para lo que estamos próximos a ver. Entramos a algunos de los pequeños templetes que van alternándose en el camino, nos vamos fijando en cada detalle de las casas de estilo tradicional con sus cuidados jardines y delicados farolillos de piedra mientras las vamos dejando atrás. Es un mundo tan distinto a lo que conocíamos hasta ahora que no hay nada que nos deje indiferentes. Incluso llegamos a comprobar si la nieve que tienen por allí es parecida a la nuestra iniciando una pequeña escaramuza que se salda sin víctimas y dando por sentado que son iguales. 


Templo en Nagano

De esta guisa llegamos a la primera puerta del complejo, la Niomon, custodiada a cada lado por un guardián de rostro feroz que en actitud amenazante se disponen a proteger el templo de los enemigos del budismo. Frente a sus pies, a modo de ofrendas, permanecen colgadas numerosas sandalias de paja y alrededor suyo otros tantos sellos protectores. La imagen en conjunto es espectacular, antesala excepcional para lo que aún estaba por llegar.


A escasos metros y precedida por las estatuas de varios bodhisattvas se alza imponente la puerta principal, la Sanmon, una de las más extraordinarias de todo el país. Por sus dimensiones y la situación en el que la pudimos contemplar, cubierta por una buena capa de nieve, diría que fue una de las mejores imágenes de todo el viaje. Sobre la misma, un cartel vertical de madera con los símbolos del templo tallados nos recibe. Se dice que entre las letras hay cinco palomas escondidas, aunque las únicas que logramos hallar eran las que estaban posadas sobre el tejado de paja.

Puerta Sanmon del templo Zenko-ji en Nagano
Puerta Sanmon vista desde atrás

Una vez superada, el templo Zenko-ji se dispuso al fin ante nosotros, quedando boquiabiertos por enésima vez. Sus orígenes datan del siglo VII, aunque el templo actual así como su localización se establecieron en 1707. Es uno de los pocos puntos de peregrinación que aún quedan en territorio nipón y se considera que en su interior se encuentra escondida la primera estatua budista que llegó a Japón en el siglo VI procedente de Corea, conocida como Hibutsu o buda secreto, aunque en más de mil años nadie ha visto la figura original, mostrándose actualmente una supuesta copia de la misma que se exhibe cada 6 o 7 años.


Templo Zenko-ji en Nagano

En el interior podemos participar en un pequeño ritual abierto a todo el mundo y, desde mi punto de vista, de gran interés por ser uno de los pocos lugares en los que existe, enfrentarnos a la oscuridad del Okaidan, un túnel laberíntico que se dispone bajo el suelo y cuyo fin es lograr tocar la llave que da acceso al paraíso. Nada más entrar la penumbra nos envuelve y los sentidos se apagan, el silencio queda roto únicamente por el ruido de los pasos, precisando del tacto para poder guiarnos mientras van despertando un cúmulo de sensaciones únicas. Sin miedo pero con respeto conseguimos completar el camino, tocando finalmente lo que parece el gozne de una campana sin poder precisar si era la famosa llave o no.

Esta experiencia la repetimos en condiciones muy distintas en el templo que nos alojaba en Takayama, en mitad de la noche y completamente solos. Las emociones se acentuaron bastante, hasta el punto de llegar a pasar cierto miedo. Quizás alguien con claustrofobia o algo asustadizo debería abstenerse.

Jardines del templo Zenko-ji en Nagano

Concluimos la visita perdiéndonos en los jardines que rodean el templo y acercándonos a la pagoda consagrada a las víctimas de guerra del último siglo y medio, que guarda las cenizas de más de dos millones de almas. Con un último vistazo nos despedimos, sintiéndonos más ligados al mundo espiritual y a la cultura nipona de lo que estábamos hace algunas horas. Sin embargo y casi por sorpresa, ese mismo día volveríamos a poner pie en Nagano, aunque esa ya es otra historia.


Pagoda del templo Zenko-ji en Nagano

Puerta Niomon del templo Zenko-ji en Nagano
Puerta Niomon en la distancia

Casas típicas de Nagano
Caminando hacia el Zenko-ji

Budas en el camino al templo Zenko-ji en Nagano
Budas en el camino hacia templo Zenko-ji


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