Llevaba demasiado tiempo sin escribir algo sobre el viaje
que dio origen a este blog. Tenía ganas de contar algo distinto, por lo que a
base de pensar y rebuscar creo haber encontrado un pasaje que puede resultar
ciertamente interesante sin perder el humor que englobó dicho momento.
En esta ocasión regresamos a Kioto, la vieja capital
imperial. Estamos al oeste de la ciudad, en el distrito de Arashiyama, donde
las aguas del río Katsura descienden marcando los límites de la urbe y las
montañas ayudan a esta labor como si de muros se tratase, guardando el llano,
tan preciado y escaso en el Japón, que se extiende a sus pies. Íbamos en busca de un pequeño ser que, según prometían las
guías, podríamos encontrar si agudizábamos los sentidos, el macaco japonés. Pues bien, atravesamos
el famoso bosque de bambú, nos adentramos por los pies de la montaña, indagamos
por los templos, cruzamos algún que otro jardín y hasta pasamos por la casa de
un conocido actor, pero no logramos hallar rastro.
Algo decepcionados no nos quedó otra que improvisar un nuevo plan, con lo que ni cortos ni perezosos cruzamos el río por el pintoresco puente Togetsu y nos dirigimos al parque de los monos de Iwatayama. Abonamos nuestra entrada e iniciamos el ascenso por la montaña bastante ilusionados. Cuando la lengua comenzaba a asomar por fin surgió la criatura que buscábamos. Con el gracioso andar que caracteriza a esta especie, nuestro pariente lejano, según un tal Darwin, se dirigía hacia sus compañeros, los macacos japoneses. Corrimos tras él hasta darle alcance. Estaba tumbado, jugueteando con otro mono. Me atreví a acercarme y me quede mirándolo hasta que di un brinco cuando cortésmente, mostrándome sus dientes, me indicó que le dejase tranquilo.
Mirando a las carpas |
Alcanzamos la cima de la reserva Iwatayama, donde los monos campaban a sus anchas, acercándose a cualquiera en busca de alguna recompensa en forma de banana o cacahuete. Algunos miraban las carpas de un pequeño estanque y otros simplemente se desparasitaban o dormían la siesta. A diferencia de sus vecinos de Nagano estos no se aventuraban a darse un baño en pleno invierno, aunque es razonable teniendo en cuenta que allí no tenían aguas termales. Recuerdo como los niños, y no nos engañemos, yo también aunque en español, gritábamos al unísono ¡Saru!, ¡Mono!
¡Pasad buen fin de semana!
Por fin disfrutamos como niños con los monos |
Qué hermosa la foto vuestra junto a su nuevo compañero :)
ResponderEliminarLindo blog!
Muchas gracias por tu comentario. Me alegro de que te haya gustado el blog!
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