Creo que ha llegado el momento de emprender uno de mis
propósitos blogeros para este año. Antes o después iba a acabar llegando el día
de cambiar un poco de aires y comenzar a recuperar los viajes previos al
nacimiento de esta página, que no son pocos, y ampliar un poco las miras hacia
nuevos proyectos y aventurillas variadas que ya se están gestando en mi cabeza.
Por supuesto seguiré hablando de Japón, pues no podemos olvidar los orígenes
tan rápido; además aún quedan muchas anécdotas que narrar y lugares que
compartir.
Para no romper de golpe el idilio que mantengo con oriente y
a modo de puente intercultural, me gustaría iniciar esta nueva etapa con una
introducción de, si nos atenemos al clasicismo geográfico e histórico, la
primera vez que pise el continente asiático hace casi dos años. Conmemorando el
fin de la carrera me encontraba volando hacia la región de Capadocia, cuna de
civilizaciones como me gustaba presentársela a mis compañeros, ubicada en la
actual Turquía. Desde el primer momento, pese al frío y la nieve, de la que
dimos buena cuenta en forma de bolazos, empecé a imaginar leyendas de la ruta
de la seda, a los primeros habitantes que dejaron su marca en las múltiples
construcciones en piedra caliza, batallas y asedios, cuentos de califas. Es
impresionante, e incluso intimidante, tener milenios de historia al alcance la
mano y poder recorrer estancias que no han perecido con el paso de los siglos.
Hagia Sophia por la noche |
Tras unos días de disfrute en la tierra de las hadas,
cruzamos el país parando en Ankara, actual capital, donde recorrimos el museo
de las civilizaciones intentando interpretar la escritura cuneiforme y saludando
al mismísimo Rey Midas; bueno, lo que queda de él. Por el camino una extraña
epidemia de gastroenteritis, de la que tuve la enorme fortuna de librarme (creo
que mi estómago está bien curtido), empezó a hacer estragos. A pesar del mal
trago pasado por algunos, creo que la cara les cambio cuando cruzamos el estrecho del Bósforo y contemplamos Hagia Sophia iluminada. Estábamos en
Constantinopla.
En las chimeneas de Hadas en Capadocia |
Siempre recordaré el viaje con mucho cariño, sobre todo por
la buena compañía, las anécdotas que se gestaron, la eternidad de risas que
gastamos y los momentos que compartimos. En el plano personal gane cierto
prestigio como guía, más oficioso que oficial y por amor al arte, que alguna
cerveza me valió. Me quedé con ganas de visitar la costa, repleta de ciudades
con historia como Troya, Éfeso, Pérgamo, Mileto y tantas otras. Estoy seguro de
que volveré, aunque no sé cuándo.
En aquel entonces no estaba ni cerca de imaginar que en tan
solo un año volvería al extremo contrario del continente para ver nacer al
sol.
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