Desde el aire empezábamos a hacernos idea de lo que nos esperaba |
Empezamos con una casi cancelación de vuelo a Bolonia para, después de esperar dos horas a su salida, aterrizar finalmente en Verona, donde la compañía dispuso un autobús que debería llevarnos hasta nuestro destino inicial. La nieve y una huelga de transportistas nos impidieron utilizar las autovías. Solución, tirar por carreteras secundarias; decisión que nuestro conductor tomó o le ayudaron a tomar tras numerosas llamadas por el móvil y paradas en el andén. Tardamos cinco horas en llegar a un ritmo desesperante y con más hambre, tirando de dicho popular, que el perro de un ciego.
Lo primero, dejar nuestras cosas en el alojamiento, lo
segundo, cenar una buena pizza italiana, lo tercero, disfrutar de la llamada
ciudad roja que, para nuestra visita, se había cambiado de camisa y lucía un
blanco casi siniestro con la noche como telón de fondo. Toda una maravilla. Por
las calles, al mismo tiempo que las heladas estalactitas se iban formando, las
máquinas trabajan al ritmo que podían para despejar las calles mientras los
transeúntes trataban de colaborar con diferentes manifestaciones artísticas,
siendo la más popular la forma esférica, empleada como arma arrojadiza por la
mayoría. No veía tanta nieve desde hace un año en Japón.
Al día siguiente disfrutamos bajo blancos copos de la ciudad diurna, dado que era misión más que imposible tratar de coger un tren en base a la avalancha de cancelaciones y retrasos que se acumulaban en los paneles y de las que daríamos buena fe en próximas fechas. Paseamos bajo los soportales (gran invento para días como ese), que cubren prácticamente todas las calles de la ciudad, mientras visitábamos monumentos o parábamos a tomar algo para entrar en calor, participando del típico aperitivo italiano.
Parecía que el tiempo mejoraba y a la mañana siguiente
pudimos coger un tren para Ferrara y disfrutar de un paseo por el medievo,
aunque con alguna dificultad para regresar. Le seguirían Módena y Parma en una
jornada ferroviaria que parecía más propia de algún concurso televisivo,
teniendo incluso que saltar por la ventanilla del tren al encontrarnos
atrapados, sin posibilidad de auxilio y sin otra alternativa.
El rio Po congelado en Parma |
Por desgracia, tras cuatro días intentándolo, no pudimos llegar hasta Rávena, siendo este el único mal sabor de boca que me deja el viaje. Es una pena el mal funcionamiento del servicio de ferrocarriles italiano, inconcebible en otros países; y por desgracia no es la primera vez que lo padezco.
Respecto al resto, lo hemos pasado genial, degustando buena cocina italiana (también un poco de sushi para hacer honor), compartiendo el
Calcio con los tifosi, brindando con algo de "Birra" y empapándonos de los
lugares por lo que pasábamos.
Por todo esto, y si exceptuamos el color blanco predominante
del viaje, que como muchos sabéis no es precisamente un tono que me disguste,
este rincón de Italia merece ser descubierto y disfrutado en su justa dosis.
Próximamente espero poder ir descubriendo el manto níveo y acercaros un poco
más a él.
Estampa navideña en la plaza Mayor de Bolonia |
Te queda corrimiento de tierras, huracán y algo biológico.
ResponderEliminarYo apuesto que estas tres las sacas, en el continente americano.
Ten fé.
jajaja, sí, la verdad es que la realidad comienza a superar la ficción... Yo creo que ya he tenido bastantes emociones, espero que los próximos viajes sean algo más tranquilos. Al menos la mayor parte de ellos. Y ya de paso América no sería mal destino para este año, adelantoque esta en miras.
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