Hace algo más de un año que inicie mi vida hospitalaria
en Guadalajara. Al principio, como en todo trabajo, pasa algún tiempo hasta que
cada uno encuentra su sitio y va venciendo los miedos y pruebas que se cruzan
en el camino, y eso que yo tenía la ventaja de "jugar" en casa. Vas
conociendo a tus compañeros, sobrevives a la primera guardia, te acostumbras al
mismo menú de siempre e intentas que no se note que metes mucho la pata
mientras te planteas que has hecho durante seis años de carrera. En este marco
tan peculiar, más allá del marco galeno que viene arropando estas últimas
frases y por encima de él, están las personas con las que convives y compartes
camino, algunos como faro guía y otros como mero remero al igual que servidor.
Desde pequeño una de mis grandes pasiones en esta vida,
además de los viajes, siempre fue el fútbol, aunque no quiero engañaros, así
que iré de cara. Siempre me gusto jugar, aunque verlo me costó un poco más,
hasta el punto de declarar públicamente mi desdén en un trabajo de educación
física de sexto de primaria. Sin embargo años después me enganche y ya no hubo
vuelta atrás. Si tenemos lo anterior en cuenta no es de extrañar que cuando me
ofrecieron acudir a jugar una "pachanguita" entre compañeros
hospitalarios no me pude negar. Recién despertado de mi primera guardia y aún
algo resacoso de la misma puse rumbo a tierra complutense para disputar el
encuentro. Las reglas sencillas, fútbol 7 residentes contra adjuntos o lo que
es lo mismo fútbol los que seamos súbditos contra amos. La experiencia que
saque de este primer partido fue clara, todos hacíamos piña y la rivalidad
llegaba al extremo de un derbi, eso sí muy sanamente como no podía ser de otra
manera.
Poco después, lesión de tobillo incluida (la primera de
mi carrera deportiva) el verano nos regaló el tueste, las terracitas cerveza en
mano y una merecida recuperación. Pasado este y cuando el clima lo permitió
regresamos a las andadas, hasta con uniforme nuevo. No había acabado el año
cuando saltó a la palestra la posibilidad de ir a jugar un torneo en Bilbao de
equipos hospitalarios de varios puntos de España. Animados por el evento
seguimos adelante con la rutina, que dentro del chaparrón que empezaba a caer
en la sanidad nos servía para llevar algo mejor el día a día, sobre todo los
miércoles que era nuestro día. Por fin llego tan esperada fecha. Ahora sí
íbamos a jugar todos juntos como un auténtico equipo, aunque fuese fútbol 11,
modalidad inédita durante toda la temporada. Ilusión y ganas no faltaban.
Marchamos de la patria alcarreña rumbo a vascongadas a dar la cara por todos
aquellos que nos había apoyado y dado ánimos.
Pese a algún incidente puntual de encierro domiciliario,
alcanzamos la ría bilbaína con San Mames al fondo otorgándonos un recibimiento
digno de estrellas de la pelota. No tardamos en lanzarnos a la aventura
urbanística previo paso por el ilustre colegio de médicos incentivados por un
cocktail que se equivocó de día y que no nos amedrento lo más mínimo, pues en
menos de una hora pincho en mano ya levantábamos las primeras copas como
campeones; al menos de la noche. El míster nos recogió pronto como bien mandan
los cánones, aunque en tiempos de Don Alfredo, la saeta rubia, ya era casi un
derecho tener un vino en cada almuerzo. Esta mañana hemos disfrutado de nuestro
debut oficial. Allende resultados hemos mantenido el honor y la dignidad en
todo momento, respetuosos con los rivales y representando nuestra provincia de
la mejor forma que sabemos y podemos.
Por encima de todo lo que realmente quiero recalcar es
que somos un equipo con mayúsculas y lo más importante y representativo, amigos
con todo el significado de la palabra. Es increíble la enorme calidad humana
que atesoran mis compañeros y que nunca olvidare. Gracias por haberme dado la
oportunidad de unirme a vosotros en esta aventura que estoy seguro quedara
grabada en letras de oro en mi corazón de la misma forma que creo también
quedara en el vuestro. ¡ALCARREÑOS!
No hay comentarios :
Publicar un comentario