Montañas de Kioto, de Kibune a Kurama

21 junio 2012

El bullicio de la ciudad se pierde a medida que el tren sigue su camino. Los edificios son sustituidos por árboles, atrás quedan los templos, desaparece el llano. Engullidos por la naturaleza nos adentramos en los primeros valles y montes del norte de Kioto, eslabones primerizos de las Kitayama (montañas septentrionales), que se extienden hasta el mar del Japón.

Bajamos en la estación de Kibuneguchi e iniciamos el ascenso hacia la villa de Kibune siguiendo la carretera. No hay tiempo que perder, el sol ha empezado a caer y no queremos que la noche nos sorprenda en plena travesía. El arrullo del cercano riachuelo se suma a la marcha, acompañándonos hasta el pueblo. Nos cruzamos con un par de chicas que nos dedican una sonrisa, la situación parece insuperable. Unos metros más alante un hombre nos ofrece unas rocas, indicando por gestos que las ha obtenido de la montaña cercana. Rechazamos la oferta, aunque el caballero no se da por vencido y, señalando en dirección a la aldea, nos invita a subir a su viejo coche con las rocas como escoltas. Aunque no dudo de la buena fe de la acción, el personaje no transmite mucha confianza, por lo que de nuevo negamos con la cabeza; además la gracia del asunto radica en andar.



Pasadas las primeras casas encontramos el puente que cruza el río, sin embargo pasamos de largo, continuando la visita hasta el templo local. Ahora sí, estamos listos para empezar la ruta de Kibune a Kurama. Atravesamos el puente y subimos los primeros escalones de madera casi congelados, provocando algún que otro resbalón sin consecuencias. Menos mal que han pensado en todo y hay una barandilla al lado. Penetramos en el bosque mientras la luz desparece, con los últimos rayos derritiendo la nieve, que nos sobresalta al caer desde lo alto.

Llegamos al primer santuario algo cansados, especialmente Jose. Sorteando hielo y raíces seguimos por el sendero, ahora más llano, hasta un segundo santuario, encontrando un árbol caído frente a él. Jose aprovecha para meterse debajo y simular, en heroica pose, que ha sido aplastado, obteniendo como recompensa barro y una foto. Unos pasos más alante comenzamos a bajar. En un claro entre la densidad arbórea contemplamos en la lejanía el templo de Kurama y las montañas al fondo. La vista es espectacular. Paramos para contemplarla. Me siento próximo a Japón y a sus costumbres, disfrutando de sendas ancestrales que perduran en el tiempo, notando como los dioses del bosque nos observan en nuestro caminar.

Templo Kurama-dera y montañas de Kioto


Alcanzamos la villa tras atravesar el complejo sagrado, que precisa tiempo para recrearse en el paisaje desde sus balcones y descender sus numerosos escalones. El homenaje nos espera al final del pueblo, un baño en aguas termales al aire libre, conocido como Rotenburo. Tal y como nuestras madres nos trajeron al mundo nos duchamos y, medio congelados, vamos corriendo al calor de las aguas. Toda una gozada. Arropado por el bosque contemplo como el cielo se oscurece y nacen las primeras estrellas, hasta que la luna lo vuelve a iluminar perfilando los montes cercanos que se elevan sobre el valle.

Este fue uno de mis momentos preferidos del viaje a Japón, y se lo recomiendo a cualquiera que este en Kioto y tenga una tarde libre (puede ser incluso a última hora al acabar las visitas), pues la única limitación puede venir de la falta de luz para ver el camino. Dos horas es tiempo más que suficiente para completarlo a un ritmo ligero. Por lo demás llevad calzado cómodo y al terminar, esto es casi obligado, daos un baño. Para volver hay trenes desde la estación de Kurama hasta altas horas.


En la ruta de Kibune a Kurama


En la ruta de Kibune a Kurama


Templo en la ruta de Kibune a Kurama


Puerta de entrada al Kurama-dera en Kurama
Puerta de entrada al Kurama-dera

En la calle de Kurama
De camino al rotemburo una vez terminada la ruta

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