Muchas son las ciudades que acuden a mi mente al pensar en
el norte de Bélgica y los viejos territorios flamencos. La nota que las une es
su inconmensurable belleza, aunque también resulta ser este atributo el
causante de cierta discordancia a ojos del espectador, pues el concepto en sí
mismo bien puede variar a tenor del que lo juzgue o lo disfrute. Si hablamos en
estos términos muchos pensaran en la magia de Brujas y sus canales, engalanando
la urbe y confiriéndole una hermosura que la hace única. Eso mismo pensaba yo
hace un lustro, previo a mi partida interrailística. Ya en situación, las
sensaciones fueron bien distintas, reafirmándose estas en mi vuelta a Flandes
hace menos de un mes. Y es que la vecina población de Gante, muy tunante ella, supo
robarme el corazón.
Emplazada a medio camino entre Brujas y Bruselas, su
posición privilegiada siempre le granjeo importante beneficios, favoreciendo el
impresionante desarrollo urbanístico con preciosos edificios e imponentes torres,
la mayoría conservados en la actualidad, siendo así la ciudad flamenca con
mayor número de construcciones históricas. Cabe destacar que fue residencia de
los condes de Flandes y por ende cuna de nacimiento del emperador Carlos I de
España.
Sumergirse en ella es toda una delicia, dejándonos llevar
por su casco antiguo de indudable corte medieval que nos transporta al pasado a
cada paso que avanzamos. En pleno centro su castillo del siglo XII, de nombre
Gravensteen o Castillo de los condes, nos mete de lleno en el papel. Junto al canal las fachadas se reflejan en el
tranquilo fluir de las aguas como vienen haciendo los últimos siglos. Por
encima de ellos las torres se asoman, timoratas unas, valientes otras, gozando
de la belleza del lugar. Además invitan cordialmente al transeúnte a auparse a
su cima y compartir la visión con ellas; experiencia reconfortante y
recomendable para los que no tengan miedo a las alturas. Me atrevo a sugerir el
Campanario Municipal de Belfort, que según dicen ofrece las mejores vistas de
la ciudad desde el siglo XIV. Erigido como símbolo del poder gremial fue
coronado por un dragón dorado que escupía fuego por la boca (actualmente el
dragón sigue vigilante, aunque se trata de un descendiente, pues el tiempo se
encargo de retirar a sus predecesores).
Felicidades! otra entrada mas a tu blog brillante. Es fabuloso leer tus descripciones, se puede cerrar los ojos e imaginar que se está ahí, además es de agradecer la cultura que aportas comentando hechos históricos e información interesante que rodea y complementa tus descripciones y las fotos, como siempre muy guapo. No imagino el placer que tiene que ser viajar contigo.
ResponderEliminarEsperando nuevas entradas...
XXX
Muchas gracias por tu comentario, me alegro de conseguir transmitir tanto con tan poco, jeje. El placer de la compañía en los viajes es mio, que no siempre es fácil encontrar compañeros.
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