Las aulas del antiguo instituto de Tuol Sleng (traducido como colina de los árboles venenosos) se vaciaron, al igual que la ciudad, a principios de abril de 1975. El edificio no tardo en adquirir una nueva y grotesca función como centro de detención, interrogación, tortura, ejecución y demás atrocidades, concediéndosele el nombre en clave de S-21 (prisión de seguridad 21). Donde antes se recitaba conocimiento ahora solo se escuchaban gritos.
Cualquiera que fuera sospechoso, que dadas las suspicacias del gobierno no escaseaban, era arrestado y traído hasta aquí con su familia. Al llegar se le tomaba una fotografía, se apuntaban minuciosamente sus datos y era conducido hasta su celda. Durante el interrogatorio las normas eran sumamente estrictas:
1) Debe
responder de acuerdo a mis preguntas, no las altere.
2) No
utilice ningún pretexto para debatir o discutir.
3) No
se haga el tonto y pretenda no entender porque fue lo suficientemente valiente
para oponerse a la revolución.
4) Responda
inmediatamente, sin perder tiempo para pensar.
5) No
hable sobre inmoralidades o asuntos de la revolución.
6) Mientras
reciba latigazos o sea electrificado no debe llorar.
7) No
haga nada, siéntese y espere órdenes. Si no hay órdenes quédese quieto. Cuando
se le ordene algo, hágalo inmediatamente y sin protestar.
8) No
intente esconder su rostro y su traición a la revolución con el pretexto de la
Kampuchea Krom.
9) Si
no sigue todas estas reglas, recibirá innumerables latigazos con alambre
electrificado.
10) Si
desobedece cualquier punto de mis reglas recibirá diez latigazos o cinco descargas
eléctricas.
El prisionero era torturado hasta límites insospechados, alcanzando la crueldad humana cotas que hacen desmerecer la palabra ser. Un fotógrafo estaba encargado de obtener macabras instantáneas del proceso; hasta tenían un médico, si es que se merece tal apelativo, que aseguraba la supervivencia del reo durante el calvario. Cuando el alma quebraba, no quedando fuerzas para resistir, la obligada confesión era lo último que salía de su boca antes de someterse a la pena capital, no solo destinada al falso criminal, pues también era compartida por el resto de su familia.
Cuando los vietnamitas liberaron la desolada ciudad en enero
de 1979 encontraron aquí una prueba inequívoca de los horrores cometidos por
los Jemeres Rojos; los últimos cuerpos aún yacían fríos en sus celdas. Ese
mismo año se convirtió en museo de crímenes de guerra, con el fin de preservar
el testimonio de los supervivientes (menos de una decena), los archivos del
campo y la memoria de una tragedia que no debe repetirse nunca. Se calcula que
en Tuol Sleng fueron asesinadas cerca de 20.000 personas, en su mayoría
camboyanos.
Recorrer los pasillos, adentrarse en las vacías aulas, tener la libertad tras una barrera de alambre, entrar en las silenciadas celdas, mirar los rostros de los que soportaron un infierno en vida, sentir la tenue luz del sol a través de una rejilla. Es complicado describir las sensaciones que se pueden vivir al visitarla, tan íntimas, tan personales, tan distintas, como cada una de las almas que pasaron por ella.
En este enlace tenéis varias fotos de aquel horror, sobre
todo de los prisioneros. Recomiendo su visionado como documento de alto valor
histórico, aunque en alguna aparece algún cuerpo, por lo que también aconsejo que cada uno valore su
necesidad de verlas.
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