Conociendo mi destino, la imperdurable Hoi An, (bastante
había leído y algo me habían contado) era ya sabedor de que me encaminaba al
que en tiempos fuera el puerto de mayor importancia de todo Vietnam. Puerta
introductora de cultura, tradición, colonialismo e incluso religión (no en vano
el cristianismo se presentó aquí como recién llegado), fue matriz de mezcolanza,
engendradora de un estilo único en todo el país. Europeos, japoneses o chinos
(el núcleo más numeroso) dieron buena cuenta y dejaron su impronta. Cuando sus
tiempos de gloria pasaron y el ocaso se cernía sobre ella las miradas se fueron
apartando paulatinamente, alentadas por el movimiento de capitales en variadas
direcciones. Lo que para otras hubiese sido la ruina aquí fue casi una
bendición, no instantánea aunque sí a modo de depósito, recuperando lo
invertido con el paso de los años. No olvidemos que de haber tenido mayor
importancia en la guerra con los estadounidenses quizás no estaría escribiendo
esto.
Las sensaciones se disparan solo con pisarla. La tranquilidad flota en el ambiente, invitando a adentrarse por sus vetustos callejones entre las pequeñas casas centenarias decoradas con decenas de farolillos chinescos que hasta árboles adornan. Grandes letreros en madera cuelgan de los tejados, ya se han retirado los maderos de los escaparates y comercio y comerciantes entran en ebullición. Junto al río un enjambre de embarcaciones no para de moverse, aunque los fardos hayan sido sustituidos por personas el negocio sigue en pie. Todos los talleres, ya sean sombrereros, faroleros o sastres (de los que hay muchos), están en plena faena. Los clanes abren las puertas de sus salones, los templos siguen engalanados en dragones que respiran incienso. La cultura está en la calle, la ciudad en si es un gran museo vivo.
Al caer la noche el espectro emocional cambia por completo. Se iluminan las casas, las linternas deslumbran en cientos de colores y los insectos cantan con fuerza. Espectáculos por doquier, cocinas humeantes y un gran ambiente festivo que sabe hacer las delicias y satisfacer las necesidades. Cuando la oscuridad crece las aceras se van quedando solitarias, muriendo las luces e invitando a curiosos, románticos y soñadores a un último flirteo.
¿No sucumbiste a los cantos de sirenas de los sastres?
ResponderEliminarMire alguna tienda por encima, pero no iba con la idea de comprar ropa... por hacer la gracia hubiese estado bien, pero no me animé, jeje. Me imagino que en el caso de las mujeres será bien distinto, casi todas iban con bolsas, jajaja.
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