Conocida como Kaitaku
no Mura (開拓の村), la villa histórica de Hokkaido, situada a la
afueras de Sapporo (capital de esta región de Japón), es uno de los mejores
museos al aire libre de los que he podido disfrutar en mis viajes por el mundo.
En ella se recoge la historia más reciente de la isla a través de los cerca de
60 edificios que la componen, dando lugar a un conjunto que más que una mera
exhibición parece un pueblo con vida propia.
Previo a la era Tokugawa y
el cierre de Japón al extranjero esta zona gozaba de cierto prestigio comercial
e intercambiaba materias con los países cercanos, además de los contactos
culturales que eran intrínsecos a este proceso. Desde entonces, y hasta
prácticamente finales del siglo XIX, Hokkaido
fue una provincia relegada al olvido y entregada a los designios de la
naturaleza y el dominio de las primitivas tribus que la habitaban. Con la
llegada de la era Meiji y la
reapertura del país en el año 1868 las miras se pusieron una vez más sobre estos
territorios con el fin de favorecer su desarrollo y explotación, incentivando
la inmigración y cambiando el antiguo nombre de Ezo por el actual por la que
todos la conocemos.
El museo recoge y conserva muchas de las construcciones más
representativas de este periodo y el que le siguió, la era Taisho.
Fueron reubicadas desde sus lugares originales en este recinto con el fin de
ser testigos mudos del progreso de la región, manteniendo sus funciones
originales y trasladando al visitante a una época ya pasada que sigue emanando
vida por todos sus rincones. Los edificios quedan repartidos en cuatro
sectores, siendo la parte dedicada a la ciudad la que concentra un mayor número,
incluyendo colegios, bancos, almacenes, una consulta médica, oficinas, tiendas
de múltiples productos y hasta un ayuntamiento. El resto de zonas las componen
la villa de pescadores, la villa de montaña y las granjas.
Villa de pescadores |
Nosotros comenzamos recorriendo la urbe por su calle
principal, bien cobijada por una hilera de árboles a cada lado, por donde un
viejo vagón tirado por un caballo da muestra de cómo era el transporte antaño.
Repasamos las fachadas con la mirada, sintiéndonos como si el tiempo hubiese
retrocedido un siglo a nuestro alrededor. Incluso nos cruzamos con mucha gente
que va vestida con el kimono
tradicional. Inmersos como estamos en el pasado comenzamos a sentir la
necesidad de adentrarnos en las casas y descubrir los secretos que guardan.
Aunque en un primer momento nos surge la duda de si esto es factible, esta
queda resuelta antes incluso de compartirla entre nosotros. El museo no solo
está vivo por fuera, sino que por dentro es aún mejor si cabe.
Pupitres y pizarra en el colegio con los alumnos atendiendo con sus libros y apuntes bien
dispuestos, en el banco la caja fuerte
reluce como el primer día y las ventanillas están abiertas, el doctor no está
en su consulta y parece haber
olvidado sus instrumentos, en la cárcel nos dan una cálida bienvenida desde las
jaulas y en la tienda de golosinas
nos ofrecen dulces y juguetes a precio de ocasión, sin olvidar que tenemos
nuestras camisas en la sastrería. Es
posible adentrarse hasta en los baños, pudiendo pasar por otras estancias como
cocinas con el fuego encendido calentando la comida o guiarnos por el olor del
incienso hasta alcanzar el templo
local. Y no solo eso, sino que además se nos invita a interaccionar con
infinidad de objetos. Todo está cuidado al detalle, empezando por los carteles
que a modo de orientación nos indican la función y el porqué de cada atracción.
Realmente hemos regresado al Japón de principios del siglo XX.
El periplo prosigue por la villa de pesca, donde los
aparejos ya están colocados y las capturas de los días previos secándose bajo
el sol. En la granja los animales
pastan tranquilos, mientras que la zona de montaña
los troncos se apilan a la entrada de las casas, con el olor inconfundible del
humo rodeando las cabañas. Toda la esencia de la isla concentrada en este
espacio, una recreación perfecta en un ambiente ideal.
La sensación de viajar en el tiempo en la villa histórica de Hokkaido es
espectacular, casi indescriptible; hay que vivirlo para ser consciente de lo
que es y dedicarle el tiempo que se merece, pues la visita merece la pena, y
mucho. En mi caso, enamorado como estoy de esa época de transición entre el
Japón de los samuráis y la llegada de la modernización, pasar por este lugar
confirió de vida al sueño por encima de cualquier cosa que hubiese podido
imaginar.
Este tipo de iniciativas preservan la historia y costumbres
de los pueblos para las futuras generaciones y suponen la mejor forma de darles
a conocer nuestro pasado, tan alejado de las comodidades de las que disponemos
hoy en día. ¿Conocéis sitios similares? ¿Qué sensaciones os han dejado después
de la visita?
Conmemorando el día de nuestra visita |
El colegio de la villa |
El banco |
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