En el pasado los castillos
japoneses se ubicaban en las ciudades más importantes de las distintas
regiones que formaban el país, constituyendo centros de poder donde los daimios (señores feudales) concentraban
sus tropas, organizaban sus recursos y defendían sus territorios. En caso de
ataque estos eran el último reducto, con su torre principal como línea
defensiva final, pudiendo decidir las batallas hacia la victoria o la deshonra
más absoluta con las consecuencias que en muchos casos esto tenía; la muerte
por “seppuku” o “harakiri”, es decir, el suicidio ritual.
Tras guerras, incendios, terremotos y otros desastres la
mayoría de las fortalezas niponas se perdieron, siendo muy pocos los originales
que han aguantado hasta nuestro días y representan auténticos tesoros
nacionales, como es el caso del castillo
de Matsumoto. El resto por suerte no fueron olvidados, pues muchos se han
recuperado en tiempos modernos en forma de reconstrucciones que imitan la
estructura, al menos exterior, que tuvieron en el pasado.
Desde que dimos nuestros primeros pasos por Japón, lo más próximo a un
fortificación que habíamos podido visitar eran las ruinas del antiguo Edo-jo
(terminación que significa castillo), emplazadas en los jardines del Palacio
Imperial de Tokio. Aprovechando nuestra primera excursión fuera de la capital,
tras haber visitado el magnífico templo Zenko-Ji de Nagano y sin necesidad de salir de esta prefectura, tomamos un
tren hacia la cercana ciudad de Matsumoto con el fin de visitar su castillo y
quitarnos de una vez la pequeña espinita que teníamos clavada desde hace unos
días.
Lo primero que hicimos nada más llegar fue reponer fuerzas a
base de unos fideos locales con toques de montaña que estaban exquisitos y nos hicieron
entrar en calor. Plenamente reconfortados nos dirigimos hacia el castillo de Matsumoto, también conocido
como castillo de los cuervos (al
igual que el de Okayama) por su color negro exterior.
Su fundación se remonta al año 1504 cuando fue conocido como
el castillo Fukashi. Aunque fue construido durante el periodo de guerra civil
entre clanes conocido como era Sengoku
(1467 – 1603), la obra no se completó hasta finales de siglo bajo el mandato de
clan Tokugawa, que finalmente se
hizo con el poder del país dando inicio a la era Edo. Durante esta época fue
gobernado por los miembros de esta familia hasta que en el año 1868, una vez
devuelvo el poder al emperador durante la Restauración
Meiji, cesó su uso y se vendió en subasta pública, corriendo el riesgo de
desaparecer para siempre al igual que otras estructuras que habían estado
ligadas al Shogunato.
Otro de los problemas a los que tuvo que enfrentarse en esta
etapa está relacionado con la inclinación y hundimiento que empezó a sufrir la
estructura, pues el castillo fue construido sobre un terreno pantanoso. La
solución a ambos quedó en manos de los habitantes de Matsumoto, logrando salvarlo gracias al amor que procesaban hacia
este vecino que llevaba entre ellos tanto tiempo.
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Restauración del castillo de Matsumoto a principios del siglo XX |
Cuando por fin llegamos al recinto lo primero que nos llama
la atención es el concepto de castillo
japonés, completamente diferente a lo que estamos acostumbrados a ver en
Europa, pues no solo cambia la piedra por madera como material principal, sino
que bien podría tratarse de un palacio si no fuese por las medidas defensivas
de las dispone. La estructura de la torre principal, asomándose hacia el
profundo foso que la flanquea y destacando por encima del resto de edificios,
es magnífica, intercalándose las plantas con los tejados como si de una especie
de pagoda se tratara, aunque sin duda la parte más bucólica es el observatorio de la luna (Tsukimi
Yagura) que da a la cara posterior.
Vista del observatorio de la luna en la parte posterior |
Sorteamos los muros y las puertas principales y accedemos al
interior. Todas las estancias son de
madera, preservando los elementos originales de su construcción, incluidas las
medidas defensivas como las trampillas para lanzar rocas al invasor en caso de
que se encontrase próximo o las rendijas de las ventanas, suficientemente
amplias como para facilitar la labor de los arqueros. Cada una de las plantas
alberga algunas vitrinas que recogen elementos de la historia del castillo, a
excepción de la última desde la que podemos disfrutar de una vista maravillosa
de los alrededores.
Gracias al esfuerzo que se hizo por salvarlo de la ruina, el castillo de Matsumoto es en la actualidad uno de los más bellos de todo Japón, además de acercarnos al medievo nipón de la forma más fidedigna. Todo el conjunto respira historia por los cuatro costados y nos traslada a una época que marcó el destino de un país.
Si queréis saber más sobre el castillo de Matsumoto o incluso realizar una visita virtual a su
interior os recomiendo echar un vistazo a su página oficial.
La visita a este tesoro nacional es más que obligatoria si tenemos la
posibilidad. Además, al igual que hicimos nosotros, se puede combinar muy bien
con Nagano para hacer una excursión de un día desde Tokio. ¡No lo dudéis!
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