Si me pongo a pensar sabría precisar cuál fue exactamente la
primera montaña que subí en mi vida, ya sea física o metafóricamente hablando.
Reflexionando un poco más creo que mi bautismo como alpinista aficionado se
debió producir casi con toda seguridad en el ascenso al pico Ocejón en la provincia de Guadalajara (el más alto de esta con
2049 metros), del que sí tengo muy gratos recuerdos y he repetido en más de una
ocasión, tanto de día como arropado por un manto de estrellas con la luz de la
luna iluminando mis pasos. Un padrino de excepción para obtener el título de
iniciado, pues no me considero otra cosa dada mi experiencia.
En mi paso por el norte de Japón tuvimos la oportunidad de
enfrentarnos a la montaña más alta de toda la isla de Hokkaido, el monte Asahi o Asahidake,
que con sus 2290 metros destaca entre el cúmulo de formaciones volcánicas que
componen el parque nacional Daisetsuzan,
el más grande de todo el país, cuyo nombre significa “grandes montañas nevadas”.
Desde la lejanía mostraba un aspecto imponente, que se iba
acrecentando a medida que nos acercábamos a su base en nuestro trayecto por la
carretera, destacando su cima como una oscura testa que sobresalía por encima
del vestido de tonos verdes con el que la madre naturaleza había tenido a bien
cubrir el cuerpo. Una vez allí el primer paso fue tomar un teleférico que debía
dejarnos al inicio de la ruta.
Nada más salir de la estación nos encontramos de frente con
pequeños mantos de nieve (elemento que parece no faltar nunca en esta región) y
algunas fumarolas de azufre en la distancia, emanando columnas de humo hacia el
cielo como aviso de la actividad latente del volcán. Mientras tanto el Asahidake contempla sereno a los
visitantes, esperando que tengan el valor suficiente para aceptar su
invitación, pues muchos ni siquiera llegan a intentar la subida. Nosotros, como
paso previo y para irnos mentalizando, decidimos imitar a estos últimos y damos
un pequeño paseo por los alrededores, contemplando varios estanques, fijándonos
en la fauna y flora local, acercándonos a las fumarolas para “disfrutar” del
característico olor a huevo podrido o buscando a lo lejos los lagos y montañas
del parque.
Una vez satisfechos emprendemos el ascenso. Sin atisbos de
dudas damos los primeros pasos, dejándonos guiar por los encantos de un paisaje
sobrecogedor en el que las rocas toman el protagonismo. Las tradiciones del
campo y la montaña también se mantienen aquí, en consonancia con lo vivido en
ocasiones pasadas como en la ruta por la llanura de Kibi, pues cada vez que nos cruzamos con alguien no
falta el correspondiente saludo (¡konichiwa!),
e incluso nos obsequian con unos dulces que nos amenizan el camino. Según nos
vamos acercando el viento sopla cada vez más fuerte y la lluvia amenaza con
interrumpir la marcha, aunque se limita a intimidarnos con un pequeño chubasco.
En la recta final la ruta zigzaguea sobre un terreno de guijarros que tienta con jugarnos una mala pasada si tenemos la desgracia de posar el pie en el lugar equivocado, aunque con algo de prudencia superarlo es relativamente sencillo. El simple hecho de imaginar las vistas que nos esperan es la mejor forma de evitar que flaqueen las fuerzas. Tras algo más de dos horas caminando logramos hacer cima. La sensación de domino sobre todo lo que nos rodea es impresionante. Un simple vistazo es suficiente para abarcar todo el Daisetsuzan e incluso más, llegando a encontrar una breve pero intensa sensación de soledad acrecentada quizás por los tonos oscuros que proyecta el cielo sobre la tierra. Sin duda somos unos privilegiados.
El esfuerzo ha merecido la pena, pues no solo hemos coronando
el Asahidake, sino todo un
territorio; Hokkaido. Tomamos las
fotos de rigor que atestiguan nuestra “hazaña” ante los más escépticos e
iniciamos el descenso. Al principio, confiado y debo confesar que algo
engrandecido, bajo corriendo el primer tramo sobre esos mismos guijarros de los
que hablaba antes, hasta que en una de las curvas un pequeño desliz está a
punto de salirme caro y me devuelve a la realidad de mi inconsciencia. El resto
de la ruta pasa a un ritmo bastante más sosegado, pensado por momentos más con
el estómago que con la cabeza, hasta que volvemos a la estación del teleférico.
Un típico Ramen de la zona constituye el mejor galardón al
esfuerzo realizado. Por si fuera poco rematamos la jornada revitalizando el
cuerpo en uno de los baños termales de la zona, con vistas a la montaña que ha
dejado una huella imperecedera en nuestro espíritu, el Asahidake. Si estáis de visita por el norte de Japón y disponéis de
tiempo y ganas no lo dudéis ni un segundo. Es una de las visitas más espectaculares
de las que disfrutareis en esta región única que es Hokkaido. ¿Os atreveríais?
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