Uno de los atractivos de nuestro viajea Jordania, entre muchos otros, era la visita a uno de los lugares más
inhóspitos y espectaculares de la tierra, el mar Muerto. Se trata de un lago interior con nombre propio por
debajo del nivel de todos los mares (exactamente 390 metros), alrededor del
cual se aglutinan siglos de historia, religión y tribus de lo más dispares.
Pese a esto seguro que lo primero que a todos nos viene a la cabeza al pensar
en él son las imágenes de la gente flotando en sus aguas, plácidamente y sin
ningún esfuerzo. Con las premisas de descubrir este y otros misterios iniciamos
el recorrido desde Amman hacia la
depresión en la que se encuentra.
Descendiendo por el valle podremos comprobar como el paisaje
va variando, pasando de los campos de cultivo que propicia el clima de esta
zona a la vastedad de las proximidades del mar, donde las condiciones y
composición del mismo hacen la vida inviable, confiriendo al paisaje un aspecto
de armoniosa aridez donde destacan las formaciones rocosas de los márgenes del
lago. Especialmente llamativos son los acantilados que se ven en la distancia y
que marcan los límites con Israel y Palestina.
Las aguas del río
Jordán (las mismas en las que fue bautizado Jesucristo) llevan nutriendo al
mar desde los albores de su creación, aunque en la actualidad el caudal que
alcanza la desembocadura es más bien escaso, creando una zona en donde los
límites entre la vida y la muerte no existen. Técnicamente hablando se trata de
un lago endorreico, dado que el agua no se filtra ni se desagua debido a su
profundidad.
En lo que a historia y explotación concierne, la ausencia de
seres vivos, a excepción de algunas bacterias, quedó compensada por la riqueza
mineral del lugar. Su importancia destaca desde la época nabatea, cuando se recogía el asfalto natural que flotaba en la
superficie para venderlo al vecino país de Egipto, pues allí se empleaba en el proceso
de embalsamamiento de las momias. Tal fue el significado de esta actividad que
griegos y romanos le dieron el nombre de “Palus
Asphaltites” (Lago Asfaltita).
También ha tenido
importantes usos medicinales,
ayudando a tratar problemas cutáneos y reumatológicos desde la antigüedad, sin
olvidarnos de cuidar la estética aplicando el barro sobre los cuerpos. El
propio Herodes construyó los
primeros palacios en sus orillas anunciando los beneficios de sus aguas como
reclamo.
Sin embargo, en la actualidad el aprovechamiento de estos
recursos amenaza con poner fin al lago debido al proceso de evaporación
artificial del agua que la industria química emplea para obtener los minerales.
Desde entonces su nivel ha descendido de forma alarmante, obligando a desarrollar
planes alternativos para aumentar el caudal.
Para disfrutar de un baño no debemos preocuparnos por la
época, pues las aguas se mantienen cálidas durante todo el año. Además del
correspondiente bañador es recomendable usar algún tipo de protector para los
pies, puesto que los cristales de sal que cubren las rocas son bastante
afilados. Resuelto esto solo nos queda lanzarnos al agua, relajarnos y
disfrutar, dejando que la alta concentración salina eleve nuestros cuerpos con
una sensación de extrañeza constante, pues bien podríamos estar en otro
planeta.
Aunque se puede ir por libre quizás la mejor opción sea
acudir a alguno de los resorts que pueblan sus orillas, sobre todo por disponer
de duchas, imprescindibles tras abandonar el mar, y de paso poder embadurnar
nuestros cuerpos con el famoso barro. Nosotros cumplimos el ritual a la
perfección.
Poder recrearnos en el bíblico mar de sal, contemplando las mismas aguas en torno a las que han
girado tantas cuestiones religiosas e históricas es una experiencia única,
imperdible si estamos de visita por algunos de los países que se asientan en
sus márgenes, aunque sea por el simple hecho de decir que hemos flotado sobre
las aguas del mar Muerto.
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